Carta desde Bolivia

Ayer, en la jornada por el Día de la Mujer en la plaza central de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) y a miles de kilómetros de Honduras, me animó ver las pancartas con el nombre de Berta Cáceres. También la consigna general “No hay nada que celebrar”. Demasiadas muertes, demasiado dolor.

Conocí a Berta en alguno de los encuentros hemisféricos contra el ALCA que se realizaban en La Habana. Luego tuve la oportunidad de ir a su pueblo, La Esperanza, en la región de Intibucá. Allí se celebraría una reunión para fundar la COMPA, organización popular con claro talante antiimperialista, compuesta por personas y organizaciones que ya activaban en otras locales o nacionales. Una de sus originalidades era la participación de estadounidenses y canadienses con fuerte compromiso antisistémico. Eran años de resistencia al neoliberalismo, y recién se vislumbraban algunos de los cambios que se producirían más adelante.



Yo renegaba de un viaje en bus que duró más de cinco horas desde Tegucigalpa hasta aquella región montañosa y fría de Honduras, y que incluía obligatoriamente el camino que bordea la macabra y gigantesca base de Palmerola. Luego entendí que el COPINH, movimiento al cual pertenecía Berta, necesitaba visibilizarse y ser conocido en el continente. Pero hubo más sorpresas. La primera, conocer a la madre de Berta, que había sido alcaldesa de La Esperanza en tiempos de la guerra popular en El Salvador y fue clave en tareas de solidaridad. La segunda, encontrar en aquellas latitudes a una brigada de médicos y médicas cubanos que se alegraron con la noticia de que llegaba alguien de su tierra, hasta que se toparon con este gaucho que en realidad tiene varias raíces. La tercera, descubrir que aquella Berta juvenil que habíamos conocido era la madura madre de tres mujeres adolescentes y un varón. La cuarta, que una de aquellas niñas era capaz de recitar impecablemente largas poesías de José Martí, ante la expresión de orgullo de la mamá. Este último recuerdo lo tengo muy fresco en la memoria y me sigue conmoviendo hasta hoy.

En aquella reunión participó también Gustavo Castro, un chiapaneco que hace pocos días sostuvo en sus brazos a Berta agonizante y se salvó de morir asesinado, aunque no de la perversidad del gobierno hondureño, que le impide salir del país y lo ha sometido a toda clase de presiones y chantajes. El propósito es hacer aparecer el crimen como producto de luchas internas del COPINH. En ese sentido, es importante sumarnos a pedidos y reclamos al gobierno de Honduras y al de México; hay varias campañas en curso y ustedes seguramente tienen contactos para sumar firmas y voces.

En los años que siguieron nos volvimos a encontrar en diferentes espacios, con ella y Salvador, que fue su compañero. Alguna vez bajamos desde mi casa en 31 y 58 para cenar en 3ª y 70. Conversamos. Berta estaba feliz con los avances de su hija mayor, que ya estudiaba en la ELAM. Aprovechaba reuniones y eventos en la Isla para visitarla.

Tuvimos luego la ocasión de proponer su nombre como invitada al Encuentro Social Alternativo-2009 (ESA) en Vallegrande. Le di mi último abrazo en una esquina de la plaza de ese pueblo. En los años que siguieron aumentaron las presiones en contra de ella en su propio país. Fue una de las figuras descollantes en la resistencia contra el golpe a Zelaya. Luego dos de sus hijos tuvieron que ir a Argentina para preservar la seguridad; los acogió allá Claudia K, con inmensa generosidad. Eventualmente difundí entre personas del ESA alguna información sobre amenazas contra Berta, pero también acerca de reconocimientos y premios que recibió por su defensa de la vida y el medio ambiente.

Cuando me avisaron que la habían asesinado pensé que muchas personas sabíamos que eso iba a suceder. Berta también lo sabía, y sin embargo jamás dejó de luchar. Ella es ahora un ícono para los pueblos que buscan justicia. Sin embargo, yo la hubiera preferido viva, con su sonrisa franca y sus ojos vivaces. Pensé también, de nuevo, que a pesar de las breves primaveras políticas que nos entusiasmaron, la agonía no cesa, y que son demasiadas las muertes prematuras y provocadas. Me pregunté otra vez hasta cuándo.

Alejandro Dausá

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