“Se le notaban los siglos a Berta”. A tres meses sin ella
Melissa Cardoza
Desde
marzo, en estas madrugadas que se alargan de manera tan malvada sobre
los techos, pienso una vez más en los motivos de la muerte de Berta; no
sólo en el asesinato y los razonamientos que conocemos, los que se
debaten, dividen y comparten; sino en otros misteriosos, mezclados con
deseos esotéricos de entender y aceptar su ausencia que duele como
vidrios enterrados en el pecho.
Pienso en
abstractas ideas y los actos concretos de la justicia, el mal, la
verdad. En cuánto habrá de justo que un cipote de la edad de una de sus
hijas, asesino de oficio, sea puesto en una cárcel para que se acomoden
los hilos del poder mientras él se hace mayor con los años enrejados;
dónde estará la justicia para la vida de ese muchacho en la cadena de
causas que llevan al crimen. Pienso en si no es de este modo, cuál es el
justo modo; y qué vamos a hacer todas con cárceles llenas de jóvenes,
por demás pobres, indígenas, hijos de compañeras cercanas, a veces, y
ejecutores prepago de la muerte, cárceles que son negocio de los que
deberían estar encarcelados y que alimentamos con sangre joven. Debato
conmigo, con otras, si es el poder que oprime al cual pedirle castigo,
si es castigo el que queremos, castigar a ese poder pero sin sus propias
herramientas, acaso. Doy vueltas sobre cuál es el centro de la verdad
en este momento para este mundo hondureño, para el resto, y para Berta
misma, con cual verdad hacemos la vida vivible y la muerte digna. En qué
diría Berta, pienso. Y algo me responde. Siempre me responde.
Tuve el
privilegio de conocerla, nunca suficientemente, y de tener un acervo
amplio de sus reflexiones, de su profunda ética. Pasamos muchas horas de
nuestras vidas en tierra común, Intibucá y La Esperanza, ésta última
cuando era eso, verde, lluviosa, llena de sueños refundacionales que
tenían gusto a cercanía; esa Esperanza a la que ahora cuesta llamar con
su nombre, por el rastro de muerte que le acompaña desde este marzo.
Cuando mejor
me siento, pienso que Berta ya tenía que irse porque en realidad se le
notaba la edad, y que ésta es otra de sus vueltas y que en una de esas
regresa como lo ha hecho antes. No es que tuviera arrugas o grasa
acumulada que no le importaba; no porque tuviera canas, que sí le
importaba mucho; no porque estaba achacosa o sin energía como se cree de
las mujeres mayores.
Pero es que a
Berta se le notaba la edad en ese modo de hablar desde su honda verdad
comunitaria; ese decir cosas sin disculparse, pero sin destripar al
adversario por el gusto de hacerlo, lanzar argumentos, así de un solo
como quien lanza una piedra y se baja el mejor mango del palo. Esa
manera de mirar y “columbrar” a la gente de un tiro…”mhhh esos compitas
saben por donde va la cosa” pensaba del movimiento universitario,
siempre gaseado. Ese modo suyo de decir con sonrisa de cipota los más
terribles avisos como… “alistémonos porque estos nos quieren matar, ya
van a ver”. Con el asombro
tan Berta para decir ante problemas románticos: “¿En serio..y por eso
se aflige? ay no, mamita mejor comamos que ahorita hay que comer…” Todo
eso que constituye no sólo un boceto de ella y la nostalgia que me
produce, sino un modo de andar, camino de la ética, ahora que la
política se pudre por igual a la derecha y a la izquierda de la razón
hegemónica del poder, de cómo obtenerlo, cómo repartirlo, como gozar sus
privilegios, razón de los partidos y los políticos pluricoloridos tan
iguales en su denominación de origen.
Se le
notaban los siglos a Berta, en ese saber vivir a diario con la testaruda
rebeldía que embargaba todo como un huele de noche en la oscuridad;
aroma que venía del fondo de los tiempos, y que ella andaba custodiando
de fuego en fuego, aunque errara a veces donde ponía sus confianzas.
Ella no necesitaba todas las respuestas, pero ensayaba muchas de ellas, y
ahí residía parte de su fuerza, no tenía miedo a equivocarse, sino a
dejar de intentar; a vivir sin ánimo para intentar en el ahora y aquí,
en el adelanto de la buena vida que merecemos.
Era muy
mayor, sin duda; al menos tendría 524 años, cinco siglos y pico de edad;
ya había estado en cientos de batallas contra los imperios europeos,
gringos, orientales, Había vuelto y revuelto pueblos y mujeres que se
incendiaban a su paso y llamada, desde que caminaron su mundo quienes
estrenaron el desgraciado olor a pólvora, y la traición de los propios
allá en en el Congolón, y siglos más tarde en su propia casa.
Berta era
antigua, y lo será, al tiempo que profundamente contemporánea. Mi
imaginación de escritora feminista me guía, y en las madrugadas que
finalmente pesan sobre mis párpados, la vislumbro entre niebla junto a
los peñones de allá del occidente de este país, caminando y discutiendo
con mujeres alzadas que hablan lenguas diversas, y andan con energía;
cruzando ríos a nado limpio con un tal Lempira, que la gente de las
comunidades bien sabe que no sólo está vivo, sino que morirá hasta que
la última lenca deje de luchar por la vida común.
Y así es
como viene a responder a mucha gente en este mundo, entre imágenes,
sueños, memorias de sus pensamientos comunes, colectividades en marcha,
así viene a repetir apriétela, compa, que esto así es, porque su
sabiduría es potente, suma y guía de muchas, y anda viva en la antigua
tierra que nos contiene.
Quienes la conocimos, bien lo sabemos.
Melissa Cardoza, 2 de junio, 2016
Melissa Cardoza: Escritora, feminista autónoma que hace parte de
la resistencia hondureña y del movimiento feminista internacional.
Integrante del colectivo Insurrectas Autónomas.
Imagen: Mural Colectivo
pintado en San Marcos Santa Barbara, Honduras, en el Primer Encuentro de
los Pueblos de Muralismo Colectivo y Comunitario en Honduras
“Identidad, Lucha y Cosmovisiones Diversas”
Del muro de Claudia Korol